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22 de septiembre de 2011

Biografía de Marie Curie


Dado que este año 2011 es el Año Internacional de la Química, no podemos dejar de homenajear desde nuestro blog a una impresionante mujer cuya enorme aportación al mundo de la Ciencia está fuera de toda duda, abriendo caminos nunca explorados hasta entonces tanto en el mundo científico, como social. No olvidemos que fue la primera mujer en licenciarse en Física en La Sorbona, y en obtener el Premio Nobel de Física.

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Científica polaca nacida en Varsovia el 7 de noviembre de 1867, y muerta en Sancellemoz (Francia) el 4 de julio de 1934. Casada con el físico Pierre Curie, descubrió junto con su marido dos nuevos elementos, el polonio (Po) y el radio (Ra), elemento este último en el que continuó investigando en solitario en el Institut Curie du Radio. Ocupó también la Cátedra de Física en La Sorbona a la muerte de su marido (1906), y recibió el Premio Nobel de Física de 1903 y el de Química de 1911. Su nombre de soltera era Marya Sklodowska.

Era hija de Wladyslaw Sklodowski, quien impartía clases de física en un colegio, y de una institutriz. Su padre le inculcó sus primeras nociones científicas. Marchó a Cracovia, en la zona austriaca, para trabajar como institutriz, con el objetivo de ayudar a su hermana Bronia a estudiar en París. En 1891, ella misma se trasladó a esta ciudad. Allí, con el dinero que había ahorrado trabajando en Polonia y algo más que le enviaba su padre, se alojó en un pequeño piso del barrio Latino, donde vivía una pequeña comunidad de polacos, y continuó sus estudios en la Universidad de La Sorbona. Tenía una clara vocación intelectual; estudiar era su única ocupación y, en parte por ello, en parte por su falta de medios, apenas comía, circunstancia que la llevó a padecer una fuerte anemia.

Se licenció en Física y después comenzó estudios de Matemáticas. Había proyectado regresar a Polonia tras obtener el título de maestra, pero a los veintiséis años conoció a Pierre Curie, profesor de Física, que como ella estaba dedicado a la investigación. La afinidad de caracteres les condujo al matrimonio en 1895. Se establecieron en un apartamento de la calle La Glacière, en París, cuya única decoración eran estanterías de libros. En 1897 nació su primera hija, Irène, lo que la obligó a repartir su tiempo entre su casa y el laboratorio.

El descubrimiento del polonio y del radio

A finales de 1897, Marie Curie, que ya poseía dos títulos y había publicado un estudio sobre la imantación del acero templado, comenzó a buscar un tema de investigación para doctorarse. Le atrajo una publicación de Henri Becquerel sobre las sales de uranio, que emitían una radiación cuyo origen se desconocía; así, su tesis se llamó El Estudio de los Rayos Uránicos. Gracias a la mediación de su marido, pudo utilizar para sus investigaciones un pequeño local en la escuela de Física en la que Pierre trabajaba (École Municipale de Physique et de Chimie Industrielles, 'Escuela Municipal de Física y Química Industriales').

Su primer descubrimiento, en condiciones materiales poco adecuadas, fue el de la radiactividad de un compuesto de torio. Pero le intrigó especialmente el hecho de que la radiactividad del uranio y del torio fuera mayor que la que cabía esperar de la cantidad de mineral. Intuyó que el exceso de radiación debía de provenir de un elemento más activo que los otros dos; no podía tratarse de ninguno conocido (en sus experimentos los había revisado todos) sino de uno nuevo.

Pierre Curie, que hasta entonces había trabajado en otras investigaciones, dedicó a partir de ese momento todo su tiempo a ayudar a su esposa. Examinando detenidamente un tipo de mineral de uranio (pechblenda), advirtieron que en realidad eran dos elementos los que originaban una radiación tan fuerte. En julio de 1898 identificaron uno de ellos, que bautizaron con el nombre de "polonio" en honor del país de origen de Marie. A los pocos meses, en diciembre del mismo año, identificaron el segundo, al que llamaron "radio" por su gran actividad radiactiva. Sin embargo, aún era necesario aislar ambos elementos, para lo cual trabajaron con residuos de pechblenda que les proporcionó el gobierno austriaco. Hasta 1902 no lograron su propósito: preparar una décima de gramo de radio puro en polvo y determinar su peso atómico. Les había supuesto una enorme entrega en tiempo y salud, y Marie había tenido que trabajar además como profesora en un colegio femenino próximo a Versalles.

Entre las características del radio que señalaron, se encontraba una intensidad tres millones de veces mayor que la del uranio, que atravesaba cualquier material, salvo el plomo.

Marie se doctoró en 1903, gracias a su descubrimiento; en junio de ese año, Pierre dio una conferencia sobre el radio invitado por el Real Instituto de Inglaterra, institución que en noviembre del mismo año concedió a ambos la Medalla Davy. El mes siguiente, la Academia de Ciencias de Estocolmo otorgó el Premio Nobel de Física a Pierre y Marie Curie, compartido con el ya citado Henri Becquerel, "en reconocimiento a los extraordinarios servicios prestados por su investigación conjunta sobre los fenómenos de radiación descubiertos por el profesor Henri Becquerel".

La muerte de Pierre Curie

En diciembre de 1904 nació la segunda hija de Pierre y Marie, Ève, lo que no impidió que Marie volviese muy pronto al laboratorio y a la escuela. Continuó con los estudios sobre el radio, mientras que Pierre se dedicaba a investigar sobre las radiaciones de este elemento; fruto de sus estudios aparecieron algunas publicaciones que ponían de manifiesto su valor terapéutico. En julio de 1905, su marido ingresó en la Academia de Ciencias, y ese mismo año la Universidad de La Sorbona le concedió por fin una Cátedra de Física (en 1898 no había podido conseguir la de Química), aunque sin laboratorio a su disposición.

El 19 de abril de 1906, Pierre Curie fallecía instantáneamente al ser atropellado por un coche de caballos. Marie rechazó la pensión que le ofrecía el gobierno francés, al considerar que todavía tenía edad para trabajar. Sí aceptó, en cambio, el ofrecimiento de la cátedra de su marido en la Facultad de Ciencias (mayo de 1906); era la primera mujer que lo conseguía en Francia. Comenzó su primera clase con las mismas últimas palabras que Pierre había pronunciado en el aula. A continuación fue homenajeada por numerosas academias, y estuvo a punto de lograr el ingreso en la Academia de Ciencias.

Finalmente, tras aislar el radio en estado metálico con la ayuda de André Debierne (1910), en 1911 obtuvo un segundo Premio Nobel, esta vez de Química, "en reconocimiento a sus servicios en el avance de la química por el descubrimiento del radio y del polonio, por el aislamiento del radio y el estudio de la naturaleza y compuestos de este notable elemento". Hasta 1961, fue la única persona que había recibido dos veces el importante premio.

Ambos científicos habían renunciado a patentar como propio el proceso de obtención de radio mediante purificación de la pechblenda (en 1921, Marie diría al respecto: "la humanidad [...] tiene necesidad de soñadores para quienes las prolongaciones desinteresadas de una empresa son tan cautivadoras que les resulta imposible mirar por sus propios beneficios materiales").

El Institut Curie du Radio

Poco después, la Universidad y el Instituto Pasteur fundaron el Institut Curie du Radio ('Instituto Curie de Radio') con dos secciones, según las investigaciones que habían realizado los esposos Curie: un laboratorio de radiactividad, dirigido por la propia Marie Curie, y un Servicio de Investigación Biológica y Oncológica.

Al comenzar la Primera Guerra Mundial en 1914, Marie participó como voluntaria en el servicio médico como conductora de un vehículo equipado con material radiológico, y además enseñó a su hija Irène a hacer radiografías. Marie había regalado al Institut Curie un gramo de radio, de gran valor científico y económico, que ella misma había aislado. Conocido el hecho por un grupo de mujeres estadounidenses, reunieron 100.000 dólares con la ayuda del periodista W. B. Meloney y compraron un gramo de radio para el Instituto del Radio de Pittsburgh; además, la invitaron a visitar su país. Marie Curie aceptó, y allí fue homenajeada por numerosas universidades de Estados Unidos; pero las multitudes la intimidaron demasiado y el constante movimiento resintió su frágil salud, hasta el punto de tener que regresar a Francia.

No obstante, a partir de aquel viaje, Marie Curie se prestó en mayor medida que antes a asistir a congresos y ceremonias cuando su salud lo permitía, y en todas esas ocasiones fue aclamada por los asistentes. Perteneció a diversas instituciones y sociedades: desde 1911 hasta su muerte, formó parte del Consejo de Física Solva; a partir de 1922 perteneció al Comité de Cooperación Intelectual de la Liga de las Naciones. En 1929, gracias a la aportación del presidente estadounidense Hoover y de sus admiradoras norteamericanas (que le regalaron de nuevo el valor de otro gramo de oro), abrió un laboratorio de radiactividad en Varsovia, bautizado como Instituto Marie Sklodowska-Curie.


Poco atenta a sus análisis de sangre, que mostraban alteraciones, tuvo que guardar cama a causa de una gripe. Envenenada por tantos años de exposición a las radiaciones del radio, que le habían producido leucemia, murió de un fallo cardiaco el 4 de julio de 1934. Fue enterrada dos días después en el cementerio de Sceaux (en las afueras de París), junto a su marido, con la sola asistencia de su familia, amigos y algunos científicos. En 1996, los cuerpos de ambos fueron trasladados solemnemente al Pantheón de París, donde reposan las más ilustres figuras de Francia. Marie Curie fue la primera mujer enterrada en dicho lugar por méritos propios, pues Sophie Berthelot lo había sido como esposa del químico Marcellin Berthelot.

Premios y obras

Además de los dos Premios Nobel, se le concedieron otros en gran número, no sólo en Ciencias, sino también en Leyes y Medicina.

Escribió Le Polonium et le Radium, leur découverte par les rayons de Becquerel (El Polonio y el Radio, su descubrimiento por los rayos de Becquerel, 1899);Recherches sur les substances radioactives (Investigaciones sobre las sustancias radiactivas, 1904); Traité de radioactivité (Tratado de radiactividad, 1910); Pierre Curie (1921).

En su honor y en el de su marido, se ha llamado curie a la unidad en que se mide la radiactividad, y curio al elemento de número atómico 96; el Musée Curie de París tiene su sede en una calle dedicada al matrimonio Curie, la rue Pierre et Marie Curie, al igual que centros de enseñanza (incluida una Universidad parisina), asociaciones, monedas y billetes, medallas, sellos e, incluso, dos cráteres, uno en la Luna y otro en Marte. También se han rodado películas sobre la vida de ambos ilustres personajes.

Marie Curie tuvo dos hijas, Irène (1897-1956) y Ève; la primera se casó con Frédéric Joliot, y ambos continuaron las investigaciones de los esposos Curie, hasta el punto de recibir en 1935 el Premio Nobel de Química por el descubrimiento de la radiactividad artificial. La segunda, Ève, escribió una biografía de su madre publicada en 1938 en parís con el título de Madame Curie, y traducida a numerosos idiomas; su marido, Henry R. Labouisse, era un importante diplomático estadounidense que trabajó para la ONU y que obtuvo a su vez, como director de UNICEF, el Premio Nobel de la Paz en 1965. Por todo ello, se ha llamado a los Curie, "la familia de los cuatro Premios Nobel".


13 de diciembre de 2010

Biografía de Isaac Newton

Isaac Newton
Científico inglés (Woolsthorpe, Lincolnshire, 1642 - Londres, 1727). Hijo póstumo y prematuro, su madre preparó para él un destino de granjero; pero finalmente se convenció del talento del muchacho y le envió a la Universidad de Cambridge, en donde hubo de trabajar para pagarse los estudios. Allí Newton no destacó especialmente, pero asimiló los conocimientos y principios científicos de mediados del siglo XVII, con las innovaciones introducidas por Galileo, Bacon, Descartes, Kepler y otros.

Tras su graduación en 1665, Isaac Newton se orientó hacia la investigación en Física y Matemáticas, con tal acierto que a los 29 años ya había formulado teorías que señalarían el camino de la ciencia moderna hasta el siglo xx; por entonces ya había obtenido una cátedra en su universidad (1669).

Suele considerarse a Isaac Newton uno de los protagonistas principales de la llamada «Revolución científica» del siglo XVII y, en cualquier caso, el padre de la mecánica moderna. No obstante, siempre fue remiso a dar publicidad a sus descubrimientos, razón por la que muchos de ellos se conocieron con años de retraso.

Newton coincidió con Leibniz en el descubrimiento del cálculo integral, que contribuiría a una profunda renovación de las Matemáticas; también formuló el teorema del binomio (binomio de Newton). Pero sus aportaciones esenciales se produjeron en el terreno de la Física.

Réplica del telescopio de Newton
Sus primeras investigaciones giraron en torno a la óptica: explicando la composición de la luz blanca como mezcla de los colores del arco iris, Isaac Newton formuló una teoría sobre la naturaleza corpuscular de la luz y diseñó en 1668 el primer telescopio de reflector, del tipo de los que se usan actualmente en la mayoría de los observatorios astronómicos; más tarde recogió su visión de esta materia en la obra Óptica (1703).

También trabajó en otras áreas, como la termodinámica y la acústica; pero su lugar en la historia de la ciencia se lo debe sobre todo a su refundación de la mecánica. En su obra más importante, Principios matemáticos de la filosofía natural (1687), formuló rigurosamente las tres leyes fundamentales del movimiento: la primera ley de Newton o ley de la inercia, según la cual todo cuerpo permanece en reposo o en movimiento rectilíneo uniforme si no actúa sobre él ninguna fuerza; la segunda o principio fundamental de la dinámica, según el cual la aceleración que experimenta un cuerpo es igual a la fuerza ejercida sobre él dividida por su masa; y la tercera, que explica que por cada fuerza o acción ejercida sobre un cuerpo existe una reacción igual de sentido contrario.

De estas tres leyes dedujo una cuarta, que es la más conocida: la ley de la gravedad, que según la leyenda le fue sugerida por la observación de la caída de una manzana del árbol. Descubrió que la fuerza de atracción entre la Tierra y la Luna era directamente proporcional al producto de sus masas e inversamente proporcional al cuadrado de la distancia que las separa, calculándose dicha fuerza mediante el producto de ese cociente por una constante G; al extender ese principio general a todos los cuerpos del Universo lo convirtió en la ley de gravitación universal.


Portada de los Principia
La mayor parte de estas ideas circulaban ya en el ambiente científico de la época; pero Newton les dio el carácter sistemático de una teoría general, capaz de sustentar la concepción científica del Universo durante varios siglos. Hasta que terminó su trabajo científico propiamente dicho (hacia 1693), Newton se dedicó a aplicar sus principios generales a la resolución de problemas concretos, como la predicción de la posición exacta de los cuerpos celestes, convirtiéndose en el mayor astrónomo del siglo. Sobre todos estos temas mantuvo agrios debates con otros científicos (como Halley, Hooker, Leibniz o Flamsteed), en los que encajó mal las críticas y se mostró extremadamente celoso de sus posiciones.

Como profesor de Cambridge, Newton se enfrentó a los abusos de Jacobo II contra la universidad, lo cual le llevó a aceptar un escaño en el Parlamento surgido de la «Gloriosa Revolución» (1689-90). En 1696 el régimen le nombró director de la Casa de la Moneda, buscando en él un administrador inteligente y honrado para poner coto a las falsificaciones. Volvería a representar a su universidad en el Parlamento en 1701. En 1703 fue nombrado presidente de la Royal Society de Londres. Y en 1705 culminó la ascensión de su prestigio al ser nombrado caballero.

Murió el 20 de marzo de 1727, de madrugada, después de haberse negado a recibir los auxilios finales de la Iglesia. Fue por tanto consecuente con su aborrecimiento del dogma de la Trinidad.

23 de noviembre de 2010

Biografía de Stephen Hawking

Una estrella exuberante de los medios de comunicación, presa de una enfermedad mortal, Stephen Hawking parece haber heredado de Einstein el aura de la fama y la reputación de genio. El hombre es celebrado quizás, según algunos científicos, desproporcionadamente. Su libro Historia del tiempo, un gran bestseller, probablemente más vendido que leído, se convirtió en película contra todo lo razonable, y sería agradable creer que la cosmología se ha convertido en una lectura imprescindible para tener conversación en las fiestas sociales.

La verdad es que Hawking no sólo resulta atractivo por los progresos intelectuales que ha hecho, sino por haberlos hecho sin la menor colaboración de su cuerpo, un armazón tan débil que Hawking podría parecer una forma única de inteligencia descorporeizada. Sin embargo, la imagen no encaja con el hombre, cuyo magnetismo deriva en parte de su brillantez, su coraje y su vulnerabilidad; y en parte de su ingenio rápido, su debilidad por los pósters de Marilyn Monroe y su molesta humanidad.

Nacido el 8 de enero de 1942, en el tricentenario de la muerte de Galileo (dato que él cita a menudo), se crió en las afueras de Londres, dentro de ese tipo de hogar excéntrico que parece pasar por normal en Inglaterra. Aquello era, según su hermano menor Edward, «un poco como los Munsters»: la familia tenía abejas en el sótano. El padre, que pasaba buena parte del tiempo en Africa, era un médico especializado en investigación, pero Hawking rechazó la biología y a los catorce años estaba decidido a dedicarse a las matemáticas y a la física. Tres años después se matriculó en Oxford, se dejó crecer el cabello y procedió a despachar el trabajo académico. Popular entre los estudiantes y con fama de ser lo bastante inteligente para no estudiar, jugaba al bridge por las noches y durante el día hacía de timonel a los colegas que remaban; en una foto tomada en 1961 aparece sentado en la proa de un bote, elegante con el traje blanco y el sombrero de paja, junto a una fila de ocho hombres más grandes y con camisetas a rayas. «Steve y yo teníamos que estar en el río todas las mañanas, seis días a la semana -recordaba más tarde el físico Gordon Berry-. Algo tenía que perder, y fueron concretamente los laboratorios experimentales.»

De manera que cuando Hawking hizo los exámenes finales previos a la licenciatura, después de varios años de holgazanear en clase, sus notas se situaron en la frontera entre el sobresaliente y el notable. La admisión en Cambridge, la escuela por él elegida, exigía el sobresaliente. Convocado ante los examinadores, explicó la situación con toda franqueza. «Si saco sobresaliente iré a Cambridge -les dijo-. Si saco notable me quedaré en Oxford. Conque confio en que me darán ustedes el sobresaliente.» Y se lo dieron.

En Cambridge empeoraron sus ocasionales torpezas y la tendencia a articular mal las palabras, que ya había aparecido en Oxford. Se le hizo difícil anudarse los zapatos. El padre se dio cuenta de esos problemas durante unas vacaciones de Navidad. Hawking, que aún no tenía veintiún años, fue a un especialista y pocas semanas después se le diagnosticaba una esclerosis lateral amiotrófica, también llamada enfermedad de Lou Gehrig. Es una enfermedad degenerativa que hace que los músculos -pero no la inteligencia- se atrofien. La enfermedad, que por regla general afecta a personas de edad, progresó rápidamente al principio. Habiéndole dado dos años de vida, Hawking se sumió en la depresión. «Tuve la sensación de ser algo así como un personaje trágico -declaró a un entrevistador-. Me puse a escuchar a Wagner.»

Dos años después las cosas empezaron a mejorar. Se casó con Jane Wilde, una estudiante de bachillerato que había conocido antes del diagnóstico, y comenzó a aplicarse a lo suyo. Su tutor en la tesis, Dennis Sciama, recomendó a Hawking que conociera al matemático Roger Penrose, dedicado por entonces a estudiar qué ocurría cuando una estrella agota el combustible y se colapsa. Penrose demostró que, al expandirse el universo regido por la teoría de la relatividad general de Einstein, una vez que una estrella se colapsa más allá de un determinado punto, inevitablemente tiene que convertirse en una singularidad, el hipotético punto situado en el interior de los agujeros negros donde la materia se comprime hasta alcanzar una infinita densidad y donde el espacio, el tiempo y las leyes de la física dejan de operar. Estimulado por esta idea, Hawking se lanzó a la investigación de las estrellas completamente colapsadas y encontró el trabajo de su vida. Como ha observado el escritor Dennis Overbye, «Costaba no pensar en Hawking como en su propia metáfora».

Se le ocurrió a Hawking que, si una estrella podía colapsarse hasta ser una singularidad, el proceso también debía ser posible en dirección contraria. Una singularidad puede ser tanto un principio como un final. En cuyo caso el universo, que se sabía que estaba expandiéndose, podría haber comenzado como una singularidad. Hawking pudo demostrar algo más que esto: un universo que se expande infinitamente, demostró, debe haber comenzado en una singularidad.

Pero ¿qué pasa si el universo no se expande infinitamente? ¿Qué pasa si contiene la suficiente masa para que la explosión vaya perdiendo velocidad y se invierta, para acabar en la fatal implosión llamada el Big Crunch? ¿También ese universo tendría que haber comenzado en una singularidad? La respuesta, dijo Hawking, era sí. En 1970 publicó, junto con Penrose, un artículo donde demostraban que el universo debía haber empezado como la singularidad del Big Bang.

Aquel noviembre, mientras se preparaba para acostarse («Mi incapacidad hace que sea un proceso lento, con lo que me tomaba mucho tiempo»), Hawking tuvo otra ocurrencia: puesto que nada podía escapar de un agujero negro, éste nunca puede disminuir. Sólo puede seguir igual o aumentar; no se puede dividir, no se puede encoger, no puede volar hecho pedazos. Con cada nueva porción de materia que ingiere, su masa aumenta y el horizonte de sucesos se hincha un poco mas.

Un investigador de Princeton, Jacob Bekenstein, recogió la idea. Bekenstein vio un paralelismo entre los agujeros negros y la idea de entropía, la medida del caos azaroso dentro de un sistema. Según la segunda ley de la termodinámica, la cantidad de desorden de un sistema cerrado aumenta necesariamente con el tiempo; la entropía, como los agujeros negros, siempre crece. Puesto que todo sistema tiene entropía, cada vez que un agujero negro se traga otra porción de materia su entropía debe aumentar al mismo tiempo que su horizonte de sucesos. El tamaño del agujero negro y su cantidad de entropía podrían ser equivalentes.

Hawking rechazó la analogía. Su objeción era que en cualquier sistema con una cierta cantidad de desorden, o entropía, también tendría que haber temperatura, y todo lo que tiene temperatura, por baja que sea, emite radiaciones. «Pero por su misma definición los agujeros negros son objetos que se supone que no emiten nada», escribió. De ahí, decidió, que la comparación tenga que estar equivocada. Además, Bekenstein lo irritaba.

Dos fisicos soviéticos convencieron a Hawking de que considerara la posibilidad de que los agujeros negros pudieran, pese a todo, emitir partículas. Cuando Hawking repitió los cálculos encontró, «para mi sorpresa y fastidio, que incluso los agujeros negros sin rotación debían, al parecer, crear y emitir partículas de manera regular». En las conferencias, Hawking proyectaba una transparencia contra la pared en la que se leía la sencilla frase: «Yo estaba equivocado».

Llegó a esta conclusión estudiando los agujeros negros desde la perspectiva de la mecánica cuántica y del principio de incertidumbre, para los que el espacio nunca está del todo vacío. Más bien está poblado por pares vagabundos de partículas «virtuales» -gemelos de materia y antimateria- que oscilan entre la existencia y la aniquilación, todo en una fracción de fracción de nanosegundo, demasiado rápido para poderse observar. Hawking propuso que si tales pares aparecieran cerca del horizonte de sucesos, la partícula de antimateria podría ser absorbida por el agujero negro, mientras la otra, poquísimo más lejos, podría pasar más allá del monstruo y caer en el universo cotidiano. La partícula parecería estar brotando del agujero negro. En cuyo caso, en palabras de Hawking, «Los agujeros negros no son tan negros».

La radiación del agujero negro no procede en realidad del agujero negro propiamente dicho sino de la capa de espacio que lo rodea. Sin embargo, la llamada radiación de Hawking tiene un peaje en el agujero negro, pues al entrar la partícula arremolinándose hacia la eternidad, como cae el agua por un sumidero, para nunca volver, su compañera viuda, que no puede aniquilarse en ausencia del socio, no tiene más remedio que convertirse en materia.

Lo cual exige energía. Esa energía tiene que proceder del agujero negro. Pero la energía, nos enseñó Einstein, no es más que otra forma de la masa, y viceversa. De manera que cuando un agujero negro da a la partícula virtual una pizca de energía, también pierde una minúscula cantidad de masa, lo cual supuestamente no puede ocurrir. El agujero negro se encoge un poco y radia más deprisa.

En último término los agujeros negros se evaporan mediante una fuerte explosión equivalente a mil millones de bombas de hidrógeno de un megatón. Esto no ocurrirá en ningún momento próximo; el agujero negro tipo tardará unos 1067 años en desvanecerse.

Hawking ha descrito este proceso de una forma aún más extravagante, basándose en la idea de que el principio de incertidumbre hace teóricamente posible que una partícula se mueva más deprisa que la luz. «Es baja la probabilidad de que se mueva durante mucha distancia a más velocidad que la luz, pero puede ir más deprisa que la luz durante el espacio suficiente, para salir del agujero negro, y luego seguir más despacio», dijo Hawking en una conferencia de 1991. Advirtió, no obstante, que esto es improbable que ocurra en los agujeros negros grandes. Incluso los agujeros negros cuya masa equivale a la del Sol son demasiado grandes, porque las partículas tendrían que sobrepasar la velocidad de la luz durante kilómetros antes de regresar al universo ordinario.

Pero ¿qué pasa con los agujeros negros excepcionalmente pequeños? Esta es otra historia. Hawking propone la posibilidad de que cuando el universo era joven y mucho más denso que ahora se crearan los agujeros negros primordiales, bocaditos del tamaño de una montaña. Estos miniagujeros negros, artefactos de la creación, no debieron tardar mucho en evaporarse. Hawking imagina que deberían estar evaporándose precisamente ahora, desapareciendo en explosiones de rayos gamma. Los científicos, muchos de los cuales dudan de la existencia de estos monstruos en miniatura, todavía están por detectar las señales delato-ras de tales acontecimientos. Lo que no significa que no vaya a haberlas.

De manera que la idea de Hawking de que los agujeros negros no podían hacerse más pequeños quedó refutada por el descubrimiento de la radiación de Hawking, que demuestra que los agujeros negros pueden desaparecer por completo. Algo similar ocurrió con sus ideas sobre la singularidad del principio del tiempo. Se puso a reconsiderarla. La relatividad general, es cierto, exige la existencia de singularidades; pero en el punto de la singularidad, donde se comprime la materia hasta una densidad infinita, la relatividad general quiebra. Tal vez la mecánica cuántica, que opera con la incertidumbre, pueda sostener que la singularidad del Big Bang es algo que alguna vez ha existido.

Hawking decidió que su anterior idea de que el universo comenzó con una singularidad estaba equivocada. Tal vez el universo espacio-temporal no comenzase de ningún modo. El argumento viene a ser algo así: si nos acercamos lo bastante al principio del universo, el tiempo no existe; si el tiempo no existe, no hay un momento de la creación, no hay momento del génesis, no hay momento de ninguna clase. Sin tiempo, no hay tiempo.

Por desgracia, los mortales ordinarios tienen dificultades para pensar así. Hawking señala que en cualquier caso el universo Parecería empezar y acabar en una singularidad. («Así pues, en cierto sentido todos seguimos estando condenados», escribe Hawking.) Pero en otro sentido -un sentido sumamente conceptual que implica muchos posibles universos a la vez que un concepto matemático llamado «tiempo imaginario»- el tiempo es una especie de círculo que no tiene principio ni final. En esta propuesta «sin límites» Hawking compara, de forma característica, el universo con la Tierra. Se parta de donde se parta, nunca se acaba. Nunca empieza. De manera similar, «Preguntarse que ocurrió antes del Big Bang es como preguntarse por un punto situado un kilómetro al norte del Polo Norte -escribe Hawking-. La magnitud que medimos como tiempo tuvo un principio, pero eso no significa que el espacio-tiempo tenga un límite, lo mismo que la superficie de la Tierra no tiene ningún límite en el Polo Norte, por lo menos eso lo que se me ha dicho; personalmente yo no he estado nunca allí».

Hawking también especuló sobre universos bebé, subproductos del modelo inflacionario del universo debido a Alan Guth, según el cual durante una fugaz fracción de un instante el universo se infló desmesuradamente. Si este proceso creó pequeñas hinchazones dentro de la fábrica del espacio-tiempo, esas pequeñas colinas y valles bien pudieron crecer, inflándose en universos paralelos conectados al nuestro por agujeros de gusano, túneles cuánticos que atraviesan el espacio-tiempo. En cuyo caso nuestro universo podría ser uno entre muchos.

A lo largo de todo esto Hawking ha proseguido su trabajo a pesar del devastador deterioro físico. En 1969, dos años después de nacer el primero de sus hijos, ya no podía arreglárselas con un bastón y se vio obligado a usar silla de ruedas. Al final ha llegado a depender de los cuidados constantes de una enfermera y de estudiantes graduados que sepan interpretar todos sus vacilantes farfulleos. En 1979, al ser elegido profesor de la cátedra Lucasiana de Matemáticas de Cambridge, puesto que en su tiempo ocupó sir Isaac Newton, estampó su firma por última vez. Su discurso resultó casi incomprensible; luego, durante una traqueotomía de urgencia, en 1985, perdió por completo la facultad de hablar. Se le devolvió con un sintetizador de voz computerizado que lleva en la silla de ruedas.

Nada de esto lo ha salvado de las crisis normales que pesan sobre la carne. En 1990, en un divorcio singularmente poco aireado, se separó de su esposa Jane. Y una noche lluviosa de marzo de 1991 se equivocó al calibrar la distancia de los vehículos que se aproximaban al cruzar la calle y acabó «en la calzada, con las piernas sobre los restos de la silla de ruedas». En el accidente se rompió el brazo, se hizo un corte en la cabeza (que necesitó trece puntos) y se produjeron daños irremediables en el sistema computerizado que le permite hablar. A pesar de esto, conserva la capacidad de sonreír y continúa llevando adelante, en su trabajo intelectual si no en la vida personal, el mandato que sir Arthur Eddington dio en una conferencia, en 1928: «Les pido que miren en ambos sentidos -dijo Eddington-, pues el camino que conduce a saber algo de las estrellas pasa por el átomo; importantes conocimientos sobre el átomo se han alcanzado a través de las estrellas».

En el documental sobre Hawking dirigido por Errol Morris, la hermana de Hawking, Mary, dice: «Mi padre era muy bueno en las discusiones teológicas, de modo que todos hablábamos de teología». Esta parece ser una costumbre que Hawking no ha perdido nunca. En sus escritos Hawking vuelve repetida y ambivalentemente sobre el problema de, dicho en palabras de su hermana May, «la existencia de Dios o lo contrario». A menudo se burla de la idea. Escribe con sentido del humor sobre sus experiencias en el Vaticano, donde asistió a un congreso de cosmología en 1981: «Al final del congreso los participantes tenían concedida una audiencia con el papa. Éste nos dijo que estaba muy bien estudiar la evolución del universo después del Big Bang, pero que debiéramos investigar sobre el Big Bang en cuanto tal, porque aquel fue el momento de la creación y por lo tanto obra de Dios. Me alegré de que no supiera el tema de la conferencia que yo acababa de dar: la posibilidad de que el espacio-tiempo fuese finito pero no tuviera ninguna clase de límites, lo que significa que no tuvo principio, no existió el momento de la creación. No tenía ganas yo de compartir la suerte de Galileo».

Pero al mismo tiempo Hawking escribe que alguna vez se encontrará la teoría unificada que combine los principios de la relatividad con los de la mecánica cuántica: «A su tiempo los grandes principios serán comprensibles para todo el mundo, no sólo para unos pocos científicos. Entonces todos, los filósofos, los científicos y la gente normal y corriente, podrán tomar parte en la discusión sobre el tema de por qué existimos nosotros y el universo. Si encontramos la respuesta a esta pregunta, será el definitivo triunfo de la razón humana: pues entonces conoceremos el pensamiento de Dios».

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